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¿QUÉ CUALIDADES SE NECESITAN PARA SER UN SACERDOTE? 

 

No hace falta ser un "super", pero sí estar con ganas de "superarse"cada día y "superar" los propios defectos.
Ser una persona equilibrada, que le guste la verdad y hacer el bien a los demás.
Tener una inteligencia normal, con capacidad para estudios universitarios.
Gustarle lo relacionado con Jesucristo, su Evangelio y la Iglesia.
Estar dispuesto a buscar la voluntad de Dios y cumplirla.
Prepararse durante unos años en el Seminario, adquiriendo una base suficiente de formación humana, teológica, espiritual, pastoral y comunitaria.

 

¿QUÉ PASOS HAY QUE SEGUIR PARA ENTRAR EN UN SEMINARIO?


Cuando uno siente inquietud, inclinación o dudas sobre si Dios lo llamará a ser sacerdote, conviene pedirle al Espíritu Santo que lo ilumine. Ayuda mucho rezar a la Virgen.
Hablar con un sacerdote que conozcas y contarle lo que sientes, para que te pueda aconsejar.
Tener una entrevista con el Rector del Seminario de la Diócesis, P. José Manuel Zamora.
Hay un tiempo de preparación con otros jóvenes que están en situación parecida, para clarificarse y pasar un tiempo de introducción a la vida del Seminario.

 

¿QUÉ MÁS SE HACE ANTES DE SER SACERDOTE?

 

 

 

Los estudios son importantes, pero no lo son todo. El tiempo de Seminario es como la experiencia de los Apóstoles con Jesús: hay que ir creciendo en madurez humana, en hondura de fe y en le conocimiento de Jesucristo, en relación y convivencia comunitaria, en capacidad para la vida pastoral. Para eso en el Seminario hay un plan de formación y unos sacerdotes que acompañan, orientan y animan a los seminaristas.

 

¿Qué es una vocación? 

 

Uno de los santos patronos especiales de las vocaciones religiosas y sacerdotales es San José, el fiel esposo de la Bienaventurada Virgen María y padre adoptivo de nuestro Divino Salvador Jesucristo. La razón para ello viene de su principal vocación en la vida, la cual era guardar y protejer a la Virgen de Vírgenes y al Eterno Sumo Sacerdote.

 

¿Qué es una vocación?

 

La palabra se deriba del latín vocare, llamar, por lo que una vocación es un llamado. En general, todo mundo tiene una vocación, un llamado, pues Dios Todopoderoso les da a todos talentos y habilidades particulares para proveer a las diferentes necesidades del Cuerpo Místico de Cristo. Para muchos, su llamado es al estado de matrimonio: ser buenos esposos y esposas, ser buenos padres y madres, criando a sus niños en el temor del Señor. La palabra vocación, sin embargo, se utiliza por lo común cuando se habla de una persona escogida por Dios para ser religioso o sacerdote.

En el Nuevo Testamento, encontramos muchas referencias al llamado de las almas por Dios para su servicio. Entre ellas, en el Evangelio de San Mateo, leemos de un jóven que fue ante Jesús y le preguntó qué debía hacer para tener la vida eterna. Jesús contestó:

‘Guarda los mandamientos’... El joven le dijo: Todo esto lo he guardado desde mi juventud. ¿Qué más me hace falta? Jesús le dijo: ‘Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme’” (Mt 19.16-22).

En otra parte del mismo Evangelio, San Pedro preguntó a nuestro Divino Señor cuál sería la recompensa que él y los otros Apóstoles recibirían por haber dejado todo para seguirle, y Jesús contestó:

“De cierto os digo que... cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna” (Mt 19.28-29).

 

¿Por qué hace Nuestro Señor esta gran promesa a los que le siguen como sacerdote o religioso?

 

La razón está en que ellos están dedicados exclusivamente a su servicio. En su epístola a los Corintios, San Pablo explica las grandes ventajas de la vocación sacerdotal o religiosa:

“El soltero tiene cuidado de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor; pero el casado tiene cuidado de las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer: está dividido. La doncella y la virgen tienen cuidado de las cosas del Señor, para ser santa así en cuerpo como en espíritu; pero la casada tiene cuidado de las cosas del mundo, de cómo agradar a su marido” (I Cor 7.32-34).

 

En su encíclica Sacra Virginitas, el papa Pío XII reiteró esta verdad explicada por San Pablo:

“Es fácil ver, por tanto, por qué las personas que desan consagrarse a sí mismas al servicio de Dios, abrazan el estado de virginidad como una liberación, a fin de estar más enteramente a la disposición de Dios y dedicadas al bien de su prójimo. ¿Cómo, por ejemplo, pudo un misionero como San Francisco Xavier; un padre de los pobres, como el misericordioso San Vicente de Paúl; un celoso educador de las juventudes, como San Juan Bosco; una infatigable ‘madre de los emigrantes’, como San Francisco Xavier Cabrini; cómo pudieron ellos haber logrado tales gigantescas y penosas labores, si cada uno hubiera que cuidar de las necesidades corporales y espirituales de una esposa o esposo e hijos?”

 

La castidad y el celibato implican un gran sacrificio por parte del sacerdote y del religioso, y fue por este motivo que Jesucristo dijo:

“No todos son capaces de recibir esto [la virginidad o el celibato], sino aquellos a quienes es dado... El que sea capaz de recibir esto, que lo reciba” (Mt 19.11-12).

 

Nuestra Santa Madre la Iglesia, en su sabiduría y prudencia no permite que se ordene al sacerdocio o que se tomen los votos finales hasta que haya uno sido probado suficientemente en sus vocación. Sólo porque una persona desee ser religioso o sacerdote no significa que tengan una verdadera vocación. Una verdadera vocación se conoce cuando el individuo entra a un convento o a un seminario y vive la vida de religioso o sacerdote. Durante dicho tiempo, se vuelve aparente a los superiores y aspirantes si el candidato es en verdad llamado. Por eso es muy importante que nuestros laicos se den cuenta que cuando alguien deja el convento o el seminario en los primeros años, no deberían éstos ser tachados o menospreciados como habiendo rechazado su vocación.

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