top of page

Formación Académica: inteligencia de la fe

La formación académica, aun teniendo su propio carácter específico, se relaciona profundamente con la formación humana y espiritual, constituyendo con ellas un elemento necesario; en efecto, es como una exigencia insustituible de la inteligencia con la que el hombre, participando de la luz de la inteligencia divina, trata de conseguir una sabiduría que, a su vez, se abre y avanza al conocimiento de Dios y a su adhesión[156].

 

La formación Académica de los candidatos al sacerdocio encuentra su justificación específica en la naturaleza misma del ministerio ordenado y manifiesta su urgencia actual ante el reto de la nueva evangelización a la que el Señor llama a su Iglesia a las puertas del tercer milenio. «Si todo cristiano —afirman los Padres sinodales— debe estar dispuesto a defender la fe y a dar razón de la esperanza que vive en nosotros (cf. 1 Pe 3, 15), mucho más los candidatos al sacerdocio y los presbíteros deben cuidar diligentemente el valor de la formación intelectual en la educación y en la actividad pastoral, dado que, para la salvación de los hermanos y hermanas, deben buscar un conocimiento más profundo de los misterios divinos»[157]. 

 

Un momento esencial de la formación académica es el estudio de la filosofía, que lleva a un conocimiento y a una interpretación más profundos de la persona, de su libertad, de sus relaciones con el mundo y con Dios. Ello es muy urgente, no sólo por la relación que existe entre los argumentos filosóficos y los misterios de la salvación estudiados en teología a la luz superior de la fe[160], sino también frente a una situación cultural muy difundida, que exalta el subjetivismo como criterio y medida de la verdad. Sólo una sana filosofía puede ayudar a los candidatos al sacerdocio a desarrollar una conciencia refleja de la relación constitutiva que existe entre el espíritu humano y la verdad, la cual se nos revela plenamente en Jesucristo. Tampoco hay que infravalorar la importancia de la filosofía para garantizar aquella «certeza de verdad», la única que puede estar en la base de la entrega personal total a Jesús y a la Iglesia. No es difícil entender cómo algunas cuestiones muy concretas —como lo son la identidad del sacerdote y su compromiso apostólico y misionero— están profundamente ligadas a la cuestión, nada abstracta, de la verdad: si no se está seguro de la verdad, ¿cómo se podrá poner en juego la propia vida y tener fuerzas para interpelar seriamente la vida de los demás?

 

 La formación académica del futuro sacerdote se basa y se construye sobre todo en el estudio de la sagrada doctrina y de la teología. El valor y la autenticidad de la formación teológica dependen del respeto escrupuloso de la naturaleza propia de la teología, que los Padres sinodales han resumido así: «La verdadera teología proviene de la fe y trata de conducir a la fe»[163]. Ésta es la concepción que constantemente ha enseñado la Iglesia católica mediante su Magisterio. Ésta es también la línea seguida por los grandes teólogos, que enriquecieron el pensamiento de la Iglesia católica a través de los siglos. Santo Tomás es muy explícito cuando afirma que la fe es como el habitus de la teología, o sea, su principio operativo permanente[164], y que «toda la teología está ordenada a alimentar la fe»[165].

 

 

bottom of page